El Señor de los anillos parte dos
-Dicen que por estos prados vive una bruja. Todo aquel que la mira cae por su hechizo, y no se lo vuelve a ver. –Advirtió Napoleón.
-¿Y no podríamos ir caminando por OTRA calle? –preguntó Lavagna.
-¿Qué tendría aquello de interesante? –contraatacó Dégolas.
-Exacto. –Apuntó el enano –Aquí hay una persona a la que no embrujarán fácilmente. Tengo ojos de topo y oídos de rata.
Una vez que se encontraron en el cruce con Lavalle, siguieron caminando por ese paso hasta que alguien los detuvo: varias personas salieron de la oscuridad, portando pistolas. Parecían ser pandilleros.
-¡El enano es un animal! Podríamos haberlo matado en la oscuridad con su respiración forzosa. –Dijo uno de ellos.
-¡Hey! ¡Vos tampoco sos puro silencio!
-Aladín de los Verdes, venimos en busca de ayuda y protección. –Dijo Kirchner.
-Deberíamos irnos de acá. No me gusta el olor a naturaleza que se desprende de su pistola.
-Ahora están en el reino de la Dama del Bosque. No pueden regresar. Ella los espera.
-Muéstranos el camino. –pidió Dégolas.
Caminaron por el lugar hasta llegar a una tienda vudú. Allí se encontraron con un hombre.
-Ocho son ahora, -dijo –pero nueve partieron de Parque Chacabuco. ¿Dónde está Rasputín, porque quiero que me dé la receta que le mandé a hacerme?
-¿Es usted la Dama del Bosque? –preguntó Napoleón.
-Yo soy la Dama del Bosque. –dijo una persona a la derecha.
Saliendo de la cortina, estaba la mujer. Napoleón tenía razón. Pero él fue el primero en caer por el hechizo.
-¡Mi corazón! ¡Se muere!
-Lo siento, olvidé taparme la cara. –dijo, para luego hacer eso.
-Decía, ¿dónde está Rasputín?
Y fue la Señora del Bosque la que respondió:
-Un balrog lo ha llevado a la sombra. Su misión ahora está en el filo de una navaja. Deslícense un poco más y caerán al vacío. –y luego, de forma que sólo el portador del anillo entendiera, dijo: -Bienvenido, López Murphy… ¡Tú que has visto el ojo!
Llegaron las cuatro de la mañana, y los pandilleros hicieron una fiesta en conmemoración al mago caído.
Menem estaba traumado, y buscando una solución, habló con Kirchner:
-Ella me habló. Fue lo más espantoso en mi vida. Dijo que la ciudad caería, y que aún había esperanza. ¡Y yo no la veo! Yo… Yo reestablecería la gloria antigua. Pero para eso, la gente debería votar por mí.
Murphy, que no podía dormir, vagaba por el lugar hasta que se encontró con la Dama. Ella le preguntó si miraría en el espejo.
-¿Qué voy a ver?
-Ni el más sabio puede decirte, porque el espejo muestra muchas cosas. Cosas que fueron, cosas que son y cosas que serán.
Así, el portador del anillo se acercó y miró. Lo que vio fue a su pueblo derrotado, esclavizado, condenado.
-Yo sé lo que viste. Es lo que pasará si llegás a fracasar. La comunidad se está dividiendo. Ya llegará el final. Ella lo quiere, ya lo sabés. Uno a uno, acabará con todos.
-Te daría el Anillo Único. –dijo, mostrándoselo.
-Me lo ofrecés libremente. No negaré que mi corazón lo ha deseado continuamente. Lo vendería, y tendría una gran mansión, una gran vida. ¡Yo sería la reina de Inglaterra! ¡Terrible como el alba! ¡Traicionera como el mar! ¡Todos los demás desesperarán!
Hubo una pausa.
-He pasado la prueba. Partiré hacia el Oeste, y seguiré siendo quien soy.
-¡Pero no puedo hacer esto solo!
-Eres un portador del anillo Murphy. Llevar un anillo significa estar solo. A vos te fue encomendada la misión, y si no podés encontrar el camino, nadie lo va a hacer.
-Entonces sé lo que tengo que hacer. Pero, ¿y si no resulta?
-Hasta el más insignificante, olvidado o desconocido, puede cambiar el curso de la historia.
-¿Y eso qué significa?
De la Rúa estaba en la facultad de derecho, junto con un hombre vestido de abogado, con un portafolios negro en la mano derecha y corbara marrón...
-¿Sabés cómo fueron creados los políticos?
El ex-presidente hizo una pausa, y el hombre quedó en silencio.
-Antes era gente honrada. Entonces, los agarraron los poderes de la corrupción y el dinero fácil...
El señor levantó el portafolios y se rascó la nariz.
-Una forma de vida arruinada y terrible... Y ahora, perfeccionada... Mi licenciado en derecho con profesorado y un promedio final de 9,99... ¿Quién es tu amo?
El licenciado tiró su portafolios al suelo, haciendo que se abra, mostrando restos de manzanas recientemente comidas.
-¡Kirchner!
-No, idiota... ¡Yo soy tu amo!
-Ehmm... Sí, lo siento, mi señor...
-Yo hago todo por ustedes, me esfuerzo para corromper a los que califican y darles el promedio más alto jamás visto -dijo el ex-presidente, soltando una lágrima y poniéndose a llorar.
El licenciado en derecho le ofreció el hombro, y su amo se quedó ahí, derramando lágrimas, hasta que se calmó.
-Probemos otra vez... ¿Quién es tu amo?
-Ehmm... ¿Bush?
Tras doce intentos fallidos y trece lloriqueos (sí, trece, porque en una pausa hubo dos y no uno), el abogado responde correctamente a la pregunta:
-¿Quién es tu amo?
-¡De la Rúa!
-Bien, bien, pero tenemos que mejorar la voz todavía. Tratá de ponerle más frialdad, ¡que sea el terror puro!
Más tarde, el ex-presidente fue el que entregó el diploma a cada uno de los egresados de derecho. Cuando todos fueron entregados, luego de los aplausos, dijo:
-¡Cácenlos! ¡No se detengan hasta encontrarlos! No conocen el dolor, no conocen el miedo... ¡Probarán carne de vaca!
Hubo un silencio abrumador. Nadie esperaba eso...
-Muchachos, la fiesta...
Y todos aplaudieron. Había una fiesta de egresados al final de la graduación, e iban a comer hamburguesas...
-Luego del disfrute, quiero que encuentren a ocho personas vestidas poco a la moda. Los reconocerán, no se preocupen. Es necesario que vayan tras las rejas. ¡Confío en ustedes!
Y entre los vitores, se acercó al primer licenciado con que habló, que estaba al lado suyo.
-Uno de los bajos de estatura tiene algo de vital importancia... Es necesario que no estén traumados, pues pueden servirme como diversión cuando esté aburrido... ¡Que los otros sean culpables con pena de muerte!
-Mi regalo para Dégolas es este koala. –dijo la Dama del Bosque –Estoy seguro de que él usará todos sus esfuerzos para ponerlo en cautiverio y cuidar su especie.
-¿De dónde lo sacaste?
-Hay misterios en la vida que deben quedar ocultos.
Y el Colaborador Ad-Honorem de Greenpeace asintió, agradecido.
-Estas son pistolas marca Acme... Ellas ya han prestado servicio en otras batallas, como con el coyote y el correcaminos (aunque no me acuerdo de si estuvieron ahí en realidad)... No desesperes, joven Scioli, -dijo, notando la cara de "falta algo" que tenía -encontrarás balas en esta cajita.
Y ambos, Macri-doc y Scioli-tuk, hicieron una reverencia cuando les dieron los regalos.
-Y a tí, López Murphy, te doy la luz de Eärendil. Nuestra más amada estrella...
-Es una vela...
-Sí... Que te sirva en lugares oscuros, cuando Edenor y Edesur tengan problemas en sus centrales...
-Pero... Yo... Es una vela...
Luego de entregar los regalos, la Comunidad del Anillo partió del Bosque Negro. Bosque porque todos eran vegetarianos y amantes de los árboles, y Negro porque era de noche, y todo se veía… Bueno, negro.
Cuando llegaron a Pueyrredón, doblaron y continuaron de forma que el número de la calle bajara. Eran las cuatro de la mañana, y no había gente despierta. Les faltaba a ellos descansar. Entre los pensamientos, vacíos de esperanza, de que no iban a llegar y los aburridos juegos que proponía Scioli para divertirse y pasar el rato, llegaron a su destino.
La estación era imponente. Según Menem, medía aproximadamente 1214,5 pies. Eso significaba que si le cortaban los dos pies a 607 personas y 1/5 a una persona, podrían poner los pies uno arriba del otro y llegarían a tocar el techo.
Según Lavagna, el edificio ganaba 12.000.000.000 de pesos cada 1.000 años, por lo que para el fin de la tierra podrían bañarse en billetes.
-¡Entremos! ¡No podemos dormir afuera! –dijo Macri.
-¡Claro que podemos! –rugió Napoleón.
-Él tiene razón. –apuntó Kirchner –Le sugiero, señor enano, que descanse y recupere sus fuerzas.
-¡Que recupere mis fuerzas!
-No podemos quedarnos. Tenemos que irnos. –comentó Dégolas.
-No, -dijo Kirchner –los espías de De la Rúa nos ven constantemente por la noche. Aquel vagabundo sospecho que era uno de ellos. Lo mejor es partir de día, donde menos lo esperan.
-No son los espías lo que me preocupan. Una sombra y una amenaza están creciendo en mi interior. Algo se avecina, lo presiento.
-Los Napoleón no recuperan fuerzas, querido amigo. ¡No le hagas caso! El Napoleón que todos ustedes conocen, les recuerdo, conquistó casi toda Europa.
-Y yo te recuerdo –dijo Kirchner –que perdió en Rusia, y Mordor lo atacó hasta devastarlo.
-Grrrr…
-¿Dónde está Murphy? –preguntó Macri.
Él estaba mirando a los trenes, tratando de pasar el aburrimiento.
-Ninguno debería estar solo. –le dijo Menem –Y vos menos que nadie. Mucho depende de vos. Sé porque buscás la soledad. Sufrís, lo veo cada día. ¿Seguro de que no sufrís sin necesidad? Hay otras posibilidades, otros caminos.
-Sé lo que me dirías, pero mi corazón me advierte de tomar ese camino.
-¿Te advierte? ¿Contra qué? Todos tenemos miedo, pero dejar que ese miedo nos domine destruye nuestra esperanza.
-No hay otra opción.
-Sólo deseo el poder para dominar el mun… ¡para proteger a mi pueblo! Si me dieras el anillo.
-No.
-¿Por qué te alejás? ¡Yo no le robo a nadie!
-¡Entonces no sos vos mismo!
-¿Cuáles son tus alternativas? ¡Te van a encontrar! ¡Te sacarán el anillo! ¡¡Y suplicarás la muerte para no ver el final!!
El portador del anillo se alejó de él.
-¡Necio! No es tuyo más que por una infeliz casualidad. ¡Debería ser mío! ¡Dámelo! ¡Dámelo!
-¡No!
Murphy agarró algo de arena del suelo y se la tiró.
-¡Arrrg! ¡Veo tu intención! ¡Le llevarás el anillo a la reina de Inglaterra! ¡Nos traicionarás! ¡Irás a la muerte, y nos arrastrarás a ella! ¡Te maldigo! ¡A vos y a todos los de tu partido!
Pasaron varios minutos, hasta que se dio cuenta de lo que hizo.
-¿Murphy? ¡Qué hice! ¡Por favor, Murphy, contestame!
Entonces, el portador del anillo se encontró con Kirchner.
-¡El anillo sedujo a Menem!
-¿Dónde está?
-No, ¡alejate!
-¡Juré protegerte!
-¿Me podés proteger de vos mismo? ¿Lo destruirías?
Pasaron minutos de silencio.
-Te habría acompañado hasta el final. Hasta la hornalla de Mordor.
-Lo sé, cuidá a los otros. Especialmente a Lavagna. No lo va a entender.
Kirchner vio algo, y dijo.
-¡Corré! ¡Ahora!
Y cuando Murphy escapaba, el desenvainó su espada, mirando atentamente al montón de vagabundos que estaba allí presente.
Mientras Kirchner combatía, Dégolas y Napoleón aparecieron y lo ayudaron.
Scioli y Macri estaban escondidos en la vía. Desesperados, miraron a todos lados, y vieron al mismo grupo de licenciados en derecho a los que De la Rúa había entregado el diploma de graduado.
Y luego vieron al portador del anillo, que estaba oculto en una vía paralela.
-¡Murphy! ¡Acá, rápido! –dijo Scioli.
Él les decía que no con la cabeza.
-¿Qué pasa? –continuó.
-Se va. –Le dijo Macri.
-¡No!
-¿Qué estás haciendo? –le preguntó su compañero al verlo subiéndose al andén.
-¡Ustedes! ¡Sí, ustedes! ¡Acá estamos! –dijo Scioli, corriendo en lado contrario a ellos. -¡Funciona!
-¡Ya sé que funciona!
Se encontraron en su camino con Menem, que estaba combatiendo. Él les aconsejó que se alejaran, para que pudiese pelear con los vagabundos y los licenciados sin problemas.
En cierto momento, alguien disparó. El ex-presidente fue herido por la bala, y ésta provenía nada más y nada menos, que del primer licenciado con el que habló el otro ex-presidente.
Sopló su cuerno otra vez, tratando de que el ruido les rompiera los tímpanos a los otros, estratagema que no funcionó.
Otro disparo sonó. Fue entonces cuando Scioli y Macri decidieron ayudarlo. Agarraron piedras y las lanzaron a los licenciados, pero éstos siguieron la marcha y los levantaron, capturándolos y dejándolos sin escape.
Menem quedó entonces solo con el licenciado.
-Tiene derecho a guardar silencio. Todo lo que diga puede y será usado en su contra.
El herido sopló el cuerno.
-Te convertiste en criminal por intento de homicidio hacia mí. ¡Pero Menem no muere! ¡Él vive en cada uno de los argentinos! ¡Muhahahaha! ¡Ya es demasiado tarde para detener el proceso político! ¿El matar a quién te condenó? ¡A Menem! ¿Quién te hizo criminal? ¡Menem lo hizo! ¡Ja ja ja!
-Tiene la obligación de guardar silencio.
-Así que cambiando mis derechos… Se lo haré saber al mundo.
-No vas a pasar de esta noche.
El licenciado le apuntó con el arma a la cabeza y dijo:
-¡Por Marx!
Y entonces, algo le arrebató la pistola. Era un boomerang.
-¡Idiota!
Kirchner corrió hacia él y lo empujó hasta las vías. El licenciado cayó mal y se golpeó la cabeza con el metal.
-Tienen a Scioli y a Macri. ¿Dónde está Murphy? –preguntó Menem.
-Dejé que se fuera.
-Hiciste lo que yo no pude. Intenté sacarle el anillo.
-Él ya está lejos de nuestro alcance.
-Perdoname. No los ví venir. ¡Es el fin! ¡La oscuridad dominará todo!
-No sé qué fuerza me empuja, pero no permitiré que nuestro país caiga en la sombra.
-¡Nuestro país! Te hubieras postulado como presidente… Y yo también. Hubiese sido una buena pelea.
-Sí, ahora ve en paz.
Así, ante la sorpresa de todos, se levantó y se alejó de la estación con completa paz interior. Ya afuera abrió su ropaje, e hizo descubrir un chaleco de balas.
-¡Menen no muere! ¡Ja ja ja!
Murphy, caminando por la vía, recordaba su diálogo con Rasputín sobre Bush:
-Es una pena que el pueblo yanqui no lo haya sacado del poder cuando pudo...
-Una pena, es cierto... Pero pena mayor fue lo que encontró la pata de tu perro. Muchos que viven merecen la muerte, y muchos que mueren merecen la vida... ¿Se las podés dar, Murphy?
No, ese no era el diálogo. Se quedó algunos minutos tratando de recordar el correcto, hasta que se acordó:
-No estés tan ansioso de repartir juicios... Mi corazón me dice que Bush aún tiene que desempeñar un papel, para bien o para mal.
-Sólo espero que no bombarda escuelas de primaria por tener armas de destrucción masiva.
-Eso queremos todos, Murphy, pero la decisión no es nuestra. Todo lo que uno debe decidir es qué hacer con el tiempo que se le es concedido.
-¡Murphy! –llamó alguien.
-¡No! ¡Iré a Mordor yo solo!
-Claro que irá. –le dijo Lavagna -¡Y yo iré con usted! Hice una promesa, ¡señor Murphy! ¡No lo voy a abandonar!
-Bien, ¡vámonos!
Dégolas, con Kirchner y Napoleón, corría hacia la vía, diciendo:
-Si nos apuramos, podríamos alcanzar a Murphy.
Pero, viendo que Kirchner no movía un dedo, entendió:
-No pensás seguirlo.
-El destino de Murphy ya no está en nuestras manos. –Le respondió éste.
-Entonces todo ha sido en vano. ¡La comunidad ha fracasado! –dijo Napoleón.
-¡No si seguimos siendo fieles! –apuntó Kirchner -¡No vamos a abandonar a Scioli ni a Macri al tormento y la muerte! ¡No mientras nos queden fuerzas! Dejen lo que no sea indispensable. ¡Cazaremos licenciados de derecho!
-¡Bien! –festejó el enano.
Mientras tanto, Murphy y Lavagna, que previamente habían encontrado un carrito de golf que andaba, se subieron a él y prosiguieron el camino.
-Espero que el camino de los otros sea el más seguro. –pidió el portador del anillo –No creo que los volvamos a ver.
-¡Quién sabe, señor López! ¿Quién sabe? ¿¿Eh??
-Lavagna, me alegro de tener compañía.
-Yo también, Murphy. Ahora vayamos al hoyo catorce, a ver si podemos ganarle al molino.
Y así, ellos continuaron jugando al mini-golf, en aquel campo cerrado, donde los hoyos eran hormigueros y la pelota un montón de lana. Ya habría tiempo de morir en Mordor, pero mientras tanto, se divertirían un poco más.
La magia resurgió cuando metieron un hoyo en uno en quince lugares distintos, uno seguido del otro. Ellos comprendieron, entonces, que Rasputín no había muerto en vano.